En defensa propia por Keren T. Biebeda

el

Relato_ (1)

Quería que aquel interminable día pasara a ser historia como todo lo que había dejado atrás desde hacía ya nueve meses. Ese tiempo lo pasé con el ánimo de una adolescente que va a los conciertos que no están de moda y sale de copas con los colegas; solamente había un problema: aquella no era mi situación. A pesar de que había conseguido acumular tantas faenas, hacer una cosa tras de otra que aquello era un no parar: un trabajo de media jornada, un curso de economía y escribir como loca lo que yo quería, mi vida transcurría entre cuatro paredes. No era tan malo pues me dedicaba a mis obligaciones y a hacer todo aquello que me gustaba. A decir verdad, desde que lo había dejado, todo iba y relativamente bien. 

En mis estados de ansiedad me inyectaba adrenalina pura, es decir, un café y una buena dosis de Dover y su The Flame. Aunque no son canciones muy animadas, el quejido de la guitarra y el desgarro de la voz, me hacían sacar fuerzas de donde no había para superar los días en los que pensaba en el idiota de Fran. 

Sin esperarlo, sonó el teléfono; eran del correo, me aseguraban que el paquete que había pedido estaba sus oficinas y no había modo de que el repartidor me lo entregara. Aunque no quisiera, tendría que ir por él. 

Me vestí con pesadumbre, me acicalé el cabello, me puse lo más mona que pude y salí. Cuando abrí la puerta todo mi mundo comenzó a girar y sentí como la escalera se contrajo al más puro estilo de Alicia en el país de las maravillas. Mi respiración se aceleró y mi corazón lo sentía casi en la boca. Volví a entrar cerrando la puerta con espanto y llamé a correos. Insistieron en que si no acudía a por el paquete, tendrían que mandarlo de vuelta. Colgué con cierta decepción. Cogí aire, inflé los pulmones tanto como pude, y lo solté lentamente tal y como la terapeuta me había enseñado. Logré bajar las pulsaciones y regular mi ansiedad. Abrí con delicadeza la puerta. El pensar bajar por las escaleras me inquietaba, me producía algo así como claustrofobia mezclada con miedo. Cuando estuve en el portal se me ocurrió que podía llamar por teléfono a Clau para que me hiciera compañía en el camino. Temí que no me pudiera contestar, pero afortunadamente cogió el teléfono ya que estaba en su descanso. 

Caminaba por las calles atenta a la calmada y apaciguadora voz de Clau cuando de pronto noté algo extraño. En ese momento no le di mucha importancia así que intenté no ponerme más nerviosa de la cuenta, tenía que recoger ese paquete lo antes posible y volver derechita a casa.

Hablamos de Halloween y los niños, de cómo se había convertido prácticamente en una fiesta internacional y en cómo lo de aquí había pasado a segundo plano; luego hablamos de lo caros que estaban los pisos y dimos gracias a que a los diez y nueve años, respectivamente, casi de milagro hubiéramos encontrado casa. Por último me hizo la gran pregunta:

—¿Cuándo te vas a echar novio, Nina?

—No creo que sea la pregunta más adecuada precisamente en este momento. Lo que sí te diré es que soy una mujer independiente que no necesita ayuda de nadie y que no tengo ganas de depender de un hombre toda mi vida. 

—¿A ti lo que te hace falta es un buen polvo?

—No creo que me hayas entendido… 

—Nina, creo que para pasárselo bien no hace falta compromiso. Deberías comenzar a salir otra vez. Divertirte como hacíamos antes… ¡Ya sé! ¡Vayamos de fiesta! —para cuando me dijo esto, afortunadamente ya había llegado a mi edificio y pude cortarla alegando que tenía cosas que hacer, que estaba muy liada. 

Antes de entrar, volví a notar algo extraño. De pronto mi corazón se aceleró y con el paquete pegado a mi pecho mi vista se nubló y una silueta se paro frente a mí. En cuanto pude distinguir su cara me desmayé allí mismo. No recuerdo nada más.

Estaba en una sala, a mi derecha el paquete que había ido a recoger. Intenté desperezarme, pero estaba maniatada. El aturdimiento fue pasando y poco a poco distinguí mejor todo lo que me rodeaba. Comencé a hiperventilar y mi exagerada respiración alertó a la persona que me había llevado allí. Cuando lo vi, nuevamente mi mundo se volvió oscuro y me desvanecí. 

Al parecer habían pasado muchas horas porque cuando desperté, la sala estaba a oscuras salvo por una lámparita encendida que se encontraba sobre una mesa. De entre la penumbra escuché la voz de mi captor:

—Por favor, no te vuelvas a desmayar —tragué saliva al escucharlo—. Por fin volveremos a estar juntos. Como cuando éramos novios.Pronto dejarás de tener miedo a las calles…

—¡Agorafobia, Fran! Llámalo por su nombre. Por tu culpa no puedo hacer una vida normal; no puedo salir sin que me dé un ataque o muera de miedo. ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué me has traído aquí? —le dije furiosa.

—Quiero que volvamos a ser marido y mujer, quiero que seamos una familia… si me lo permites, claro —entonces echó a llorar y prosiguió—. Te he echado en falta, ha pasado tanto tiempo… te he estado observando, ¿sabes? Sé todo lo que haces en tu casa, como vives. 

—¡No me digas que has entrado en mi casa sin mi permiso, Fran! ¡Eres un demente! ¡Estás loco!

—Loco de amor. Por ti haría lo que fuera –dijo. Se acercó a mí y comenzó a desatar las cuerdas, lo hacía con delicadeza, como si temiera lastimarme—. Te voy a soltar, pero no quiero que hagas ningún movimiento brusco, no intentes nada, ¿de acuerdo? 

Asentí con la cabeza. Mientras me desataba advertí que al fondo una puerta estaba abierta. Con un poco de suerte, quizá podría salir corriendo todo lo rápido que pudiera y huiría; una vez lejos de él llamaría a la policía para que lo metieran entre rejas de por vida y librarme de él para siempre. Pero no lo hice, estaba harta de huir, de esconderme, de, por su culpa, haber cambiado, al menos, a seis domicilios diferentes. Estaba cansada de sentir miedo. Un extraño sentimiento nació en mi interior: era una mezcla de rabia, frustración, coraje, impotencia… Di un recorrido por la estancia para tratar de familiarizarme con ella. Había muchos adornos, pero una figurilla en especial llamó mi atención; era grande y parecía pesada y resistente. Mientras él alegaba cuanto me amaba, yo continuaba moviéndome por la estancia siempre tratando de quedar a su espalda. De pronto caminó hacía la ventana y con un tono sombrío comenzó a hablar de cuando nos conocimos, de cuando se había enamorado de mí. En ese momento tomé la figurilla y le aticé en la cabeza con ella. Con ese golpe hubiera bastado, pero no pude detenerme. Lo golpeé una y otra vez hasta que mis brazos no pudieron sostener más el mortal objeto. Contemplé lo que había hecho, mi camiseta estaba completamente llena de sangre y en el piso, bajo lo que quedaba de su cabeza, se extendía un enorme charco de sangre.

El pánico se apoderó de mí y salí corriendo de allí. En ningún momento creí que me culparían, después de todo había actuado en defensa propia. Una vez que le contara a la policía lo que había sucedido seguramente estarían de acuerdo conmigo. Paré en seco en un callejón, súbitamente comencé a temblar y vomité bilis. No sabía cuánto tiempo había estado cautiva y el estomago me dolía por no haber comido nada. Intenté calmarme y cogí el móvil de mi bolsillo, marqué el teléfono e hice lo que había pensado. Al colgar me invadió el miedo, miré mi camiseta cubierta de sangre y sentí como si alguien me observara. Corrí hasta llegar a mi casa. Al llegar me di una ducha y me cambié de ropa. Cuando por fin me tranquilicé y me disponía a descansar un poco, alguien llamó al timbre. Era la policía.

—¿Nina Fernández?

—Sí, ¿por qué?

—Un vecino de Fran Olmedo Cañizares alegó que la vio salir de su casa cubierta de sangre. Por favor abra, queda detenida por el presunto asesinato de ese hombre —sin más remedio abrí—. Todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra, tiene derecho a pedir un abogado… pero no creo que se libre de esta. 

Por desgracia la justicia de este país me condenó sin más pruebas que lo que alegaron algunos vecinos. «Era un buen hombre”, dijeron. Ahora estoy en arresto domiciliario con un policía que custodia mi puerta a todas horas y llevo un aparato en el tobillo que les dice cada paso que doy. En el juicio determinaron que tenía manía persecutoria por no haber superado la ruptura. Al menos ahora algo me consuela, estoy segura de que Fran no volverá a pisar esta casa nunca más.

Blog de Keren Biebeda: Historias con «K».

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  1. Reblogueó esto en Historias con "K"y comentado:
    (Mi aporte)

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