
La regla es mermelada mañana y ayer, pero nunca hoy.
LEWIS CARROLL – ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY
Alicia se ha vestido de conejo, y espera en la isla los avatares de los naipes, la testuz del Sombrerero Loco y las habitaciones que menguan. Lewis, esquivo a la rutinilla absurda de sus personajes, se entretiene fotografiándolo todo y reduciendo las yardas del terreno a fórmulas lógicas. Hay un avión, sobre el cielo azul como los ojos de Alicia, que lo revolotea todo, y a veces desciende hasta rozar los heliotropos, mientras su piloto grita:
–¿Está por ahí abajo mi príncipe? Lo he perdido, y no sé si es en esta isla o entre las nubes.
–Por aquí no hay príncipes, solo reinas y guillotinas. ¿Quiere una foto?
El piloto se posa en un girasol y entre él y Carroll se comen las semillas recién sacadas de las flores. Cuando acaban, con la boca reseca, se beben una probeta de té de pastel de manzana. El piloto se quita su casco y sus gafas de aviador y deja ver sus ojos a lo mogol de Antoine de Saint-Exupéry. Lewis toma la foto mientras señala con un dedo el pajarito imaginario, que se torna después un cuervo voraz.
–Mi Principito venderá más libros que su niña y su conejo. Al tiempo.
–¿Qué niña?
Antoine busca con la mirada a la niña pero solo encuentra, creciendo a una velocidad gigantesca, al conejo. La niña sonríe en su interior.
Es entonces cuando pasa junto a ellos un niño que vocea sus periódicos: ‘Nuevo asesinato de Jack el Destripador. Últimas noticias’.
Lewis apunta una fórmula en su cuaderno de pastas plateadas. Antoine ha descubierto, al fin, a la niña.

¡Qué bueno!!!
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¡Muchas gracias, Scarlet! Se me antojó juntar a Alicia y al Principito. 🙂
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Gracias a ti…
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