“Hay tres tipos de hombres: los vivos, los muertos y los hombres del mar”
Aristóteles

El pajarito miraba el mar. Se veía tan chiquito que un solo golpe de aire lo hubiera podido hacer caer al agua. Estaba sentado, intenso, en la rama más larga de un árbol, ala orilla del mar. De lejos se veía como una bolita de colores: azul metálico en las alas yla espalda, crema en el pecho. Tenía un pico rojo, recto, más grande que él. El martín pescador se tiró al agua. Desapareció unos segundos. Salió del mar, agarrando firmemente un pescadito plateado en el pico. Se instaló cómodamente en la rama para su festín. Duró un buen momento en comerse el pescado, a pesar de chiquito. Cuando acabó, se limpió el pico en la rama, como para afilarlo, y luego, como pajarito bien educado, se alisó las plumas para secarse en el sol. El niño suspiró atrás de su ventana. Mirar el pajarito no le adelantaba en su tarea. Apenas eran las cuatro y media y quería estar ya una hora más tarde que llegará su papá de viaje. Tenía dos buenas razones de querer verlo: por un lado, su papá llevaba una semana de viaje, una semana que no se veían, y lo extrañaba. Por otro lado, era costumbre que le trajera un regalo de Francia, y quería saber qué habría inventado esta vez. En este rincón medio perdido de África donde vivía, había pocos juguetes. O nada. Todos tenían que venir de Francia. Se concentró – o trató de concentrarse – en la tarea, pero la aritmética llevaba unas serias desventajas frente a todo lo que veía de la ventana de su cuarto.
Vivía con su familia, en una casa de un piso frente al mar. En algunas épocas, su papá le había explicado lo que eran “las grandes mareas de Equinoxio”, palabra mágica con una Q y una X. El mar subía, subía y subía, hasta tocar la puerta de la terraza, y el niño se sentaba afuera para enfrentar al mar como el Capitán de un barco en el huracán. Hoy, desde su ventana, podía ver el mar a través de unos árboles tropicales: Flamboyanes, con flores naranjas o amarillas, palmas inmensas. ¡Todo es inmenso para un niño de ocho años! “¡Olivier! ¡Papá llegó!”, dijo su mamá. Abandonó la tarea sin remordimiento para correr hacia afuera. Alcanzó a su papá cuando apenas salía del coche. Como de costumbre, dio un brinco para colgarse de su cuello, casi tumbándole un par de dientes. “Con calma, con calma” dijo su papá, mirando a Olivier, como para reconocerlo. Cada vez que salía de viaje aún por cuatro días, lo encontraba distinto, sin poder decir por qué. No podía crecer tan rápido pero parecía. “Mira Olivier, te traje una sorpresa”, dijo el papá, y sacó una caja del cofre del coche. Olivier desarmó la caja anónima con cuidado y anticipación. ¿Qué iba a encontrar? Cuando finalmente quitó el último papel, los últimos pedazos de paja, no lo podía creer. Era un velero. El velero más hermoso que había visto en su vida. De hecho, era el primero que veía, pero a los ocho años, son detalles de menor importancia. El velero medía unos 30 centímetros de popa a proa. Estaba hecho enteramente de madera. (Afortunadamente en aquel entonces, el plástico no dominaba todo.) Estaba pintado de rojo del “deck” para abajo. Tenía un mastillo y velas blancas. Parecía que hubiera conocido a Jack London, a Joseph Conrad, a Corto Maltese, que llegaba del Pacífico o de una isla misteriosa. Olivier abrazó a sus padres y quiso correr al mar para ensayarlo. “Olivier, ya está muy oscuro”, dijo su mamá. “Mejor te esperas hasta mañana”. Se acostó aquella noche con el velero abrazado. Era mucho menos confortable que el osito de peluche que había abandonado algunos meses atrás, pero más rico de sueños. Cuando despertó, tuvo que negociar la tarea con su mamá para poder ensayar el velero lo más pronto posible. ¡De todas maneras los grandes siempre insisten en que no se puede bañar hasta una hora después de desayunar o comer! Cuentos. Cuando finalmente lo soltaron, salió a la terraza con el velero debajo del brazo, y se fue corriendo al pequeño muelle que entraba al mar. De cada lado del muelle de cemento estaban unas rocas negras que formaban como un castillo de piratas cuando la marea estaba baja. Hoy era buen día, marea alta. El agua llegaba hasta el muelle por la mañana. Bajó la escalera del muelle y se metió al agua con el velero. Le daba miedo que un golpe de viento se llevara el barquito, así que apenas lo soltaba. Salió nadando unos cuantos metros hacia el mar abierto para lanzar al velero con seguridad hacia la tierra. El viento inflaba las velas. Este sí era un barco noble. Se hubiera quedado nadando y jugando todo el día, si no lo hubieran llamado a comer, con todas las amenazas que saben inventar los grandes.
Al día siguiente, Olivier se levantó al amanecer, se puso su traje de baño, agarró el velero y se fue al muelle descalzo para no despertar a nadie. Llegaron a la orilla del mar, el cielo se estaba poniendo rosado, rojo, morado. Soplaba una pequeña brisa desde la tierra. Olivier le habló al velero: “Ves. Yo entendí todo. Todo lo que sientes. Tú te quieres ir. El cordel nada más te limita, te mantiene amarrado a mí. Es que te quiero tanto, velero. ¿No te puedes quedar?” Hablando al velero, Olivier sentía que su garganta se cerraba. ¿Cómo podía dejarlo ir? ¡Lo amaba tanto! Entró al agua, su velero guardado en el pecho. Lo puso a flotar suavemente, y empezaron a nadar, a salir juntos hacia el horizonte. Cuando estaban a unos 30 metros de la orilla, Olivier le dio un beso a su velero y lo empujó hacia la aventura. “Adiós velero, no me olvides”. Olivier se regresó al muelle, y ahí se quedó mirando el velero, su velero, hasta que el puntito rojo y blanco desapareciera en el horizonte. Se sentía triste y feliz. Esperaba sin creerlo que un día se iban a ver otra vez, pero había hecho lo que debía, lo que quería el velero. Muchos años después se acordaría del velero, oyendo una canción que decía:“When you love somebody, set them free”. (1)


(1) Letra: You Love Somebody Set Them Free · StingThe Dream Of The Blue Turtles℗ An A&M Records Release; ℗ 1985.
Bellísima historia.
La inocencia de la libertad.
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Muchas gracias Marco.
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Jaja. Me equivoque de lugar para contestarle a Marco.
Pero a tí, Scarlet, te quería decir que tu cita al principio es muy cierta. El mar te cambia. Por completo. Gracias
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Sin duda, el mar es un personaje que lo cambia todo. Gracias a ti…
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Quizá por eso a tanta gente le gusta ir al mar de vacaciones. No sólo por el sol. Sino por este horizonte infinito. Crecí con el mar. No hay nada comparable.
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Muy buen relato.
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Muchas gracias Scarlet. Como siempre me encantan tus imágenes. Van muy bien con el texto…
(Y tomaste el tiempo de buscar la fecha del disco de Sting. vaya! 👏🏻)
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Hola, un placer, siempre leerte, editarte y publicarte. Perfecto, Sting, en tu relato. Los 80…
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😀
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