
Es una historia que cuentan las rosas. La cuentan al atardecer, o por la noche, cuando los humanos regresan a sus casas. La cuentan las rosas grandes a las jóvenes en murmullos y susurros mezclados con el viento. Es la historia de una rosa. La rosa que quería…
Es una historia que cuentan las rosas, las rosas de los viveros.
Son los viveros más antiguos y más grandes de la ciudad, al lado de un parque. Los bancos del parque siempre están ocupados: de ancianitos que vienen a tomar el sol, o a jugar domino, de mamás con sus bebés, de novios abrazados, demorando el momento de regresar separadamente a sus casas. Los novios son los mejores clientes de los viveros, con sus promesas de amor eterno envueltas en flores.
Todo un pequeño mundo vive alrededor de los viveros: venden globos para los niños; tacos en la esquina, con sus olores a carne sabrosa, a tortilla, a cilantro; venden algodón de colores vivos que compiten con los globos, los helados, las paletas, las nieves…
Hay una señora que vende mangos. Con tres, cuatro cortes de cuchillo los pela, los corta, los monta en un palito, y los transforma en flores perfumadas de chile. A las once de la mañana, de lejos, se ven como ramos de mangos.
Los viveros son una fiesta de colores: rojo, blanco, amarillo, morado, verde… Azucenas, claveles, margaritas, crisantemos, aves de paraíso, eucalipto, helechos, copa de oro… De fines de Octubre, hasta el Día de Muertos, los viveros se vuelven anaranjados.
Es una historia que cuentan las rosas.
Todas las flores pelean para ser las más bellas, pero ninguna cuestiona el primer lugar: las reinas del vivero son… Las rosas: amarillas, rosadas, casi blancas o moradas. Algunas rosas cuentan que hace mucho tiempo, había rosas negras, pero nadie las ha visto. Las primeras entre las primeras, son las rosas rojas. Las más vanidosas, también. Pero se les perdona todo: su presunción, su vanidad, cuando se abren en un baile tan lento que los humanos no lo ven, y que regalan su perfume.
La vida de las rosas es muy monótona. Quizá como la vida de las reinas: lenta, idéntica, cada día parecido a cualquier otro… Los jardineros cuidan los rosales, cortándolos, abrigándolos del frío, alimentándolos con abono… Las rosas viven nada más para lucir unos cuantos días en una mesa, una boda, un aniversario, y morir. Es su destino, y ninguna rosa lo cuestiona.
Es una historia que cuentan las rosas… Una historia tan vieja como los viveros…
Había un jardinero en los viveros, grande, tan viejo como los viveros. Tenía un bigote gris, inmenso, manchado por el tabaco. Siempre llevaba un delantal azul pálido por tantos años de lavarlo. No se sabía si tenía peño o era calvo: nadie lo había visto sin su eterno sombrero de paja.
Tenía un cariño especial a las rosas. Las cuidaba, les hablaba cuando pensaba que nadie lo podía escuchar. Los jardineros más jóvenes se burlaban de él, discretamente, con cariño y un poco de envidia: él siempre tenía las rosas más bellas.
Un día, en la madrugada, a la hora que se despiertan las flores, bañadas de rocío, el jardinero llegó a hacer su ronda entre los rosales. Siempre era un momento de emoción, descubrir a las nuevas rosas.
Se paró frente a un rosal que él cuidaba particularmente: se estaba abriendo una nueva flor. Una rosa preciosa, chiquita como miniatura, de colores tan combinados que no entendía como había salido. No era una rosa para esconder en un ramo, sino más bien una rosa para regalar sola.
Las otras rosas se volteaban para ver a la nueva:
‑ ¡Mira! ¡Qué bonita! Decían algunas.
‑ Es chiquita. ¡No la hace! Decían las otras. Hay de rosas como hay de gente: celosas, amigables, indiferentes, suaves, duras, seguras… La nueva rosa era tierna… Y diferente. Se abrió y empezó a saludar a las otras rosas.
‑ Buenos días. Dijo.
‑ Buenos días. Contestaron las rosas.
‑ ¿Dónde estamos? Preguntó la rosa.
‑ En los viveros. Contestaron las rosas.
‑ ¿Qué son los viveros?
‑ Es el lugar donde nacimos todas, y donde morimos. Contestaron las rosas.
‑ ¿Dónde morimos? Preguntó la rosa. ¿Nunca salimos? ¿No vamos a ninguna parte?
Las rosas empezaron a dudar. Que preguntas tan raras.
‑ ¡Pues, sí! Salimos, cuando nos cortan, y nos llevan en ramos. Y luego nos morimos.
‑ ¿Adónde nos llevan? Preguntó la rosa.
‑ Nos llevan a unas casas, o unos restaurantes, algún velorio. Nos ponen en un florero, con agua. Contestaron las rosas.
‑ ¿Nada más? Preguntó la rosa, inquieta.
‑ ¿Adónde más quieres ir? Preguntaron las rosas. ¿Qué quieres? ¿Una boda? Las bodas son muy bonitas. ¿Un aniversario, un cumpleaños? ¿Una declaración?
‑ Es que… Dijo la rosa. Yo quiero… Yo quiero viajar.
Hubo como un golpe de viento que sacudió los rosales. Las rosas ondulaban, se torcían. De la risa. Las rosas se reían, y se reían, y se reían.
La rosa que quería viajar se asombró:
‑ ¿Qué dije? ¿Por qué se ríen? ¡Yo quiero viajar, y voy a viajar!
Las rosas seguían riéndose. Qué ridícula era esta pequeña rosa. Al fin una de las rosas más grandes sintió pesar:
‑ Las rosas no viajan, mi vida. ¿Cómo harías? No tienes pies. No tienes alas. ¿Cómo viajarías? Te tendrían que cortar, y te morirías. Más vale que te olvides, y que te prepares para una boda o un cumple. Las rosas no viajan.
Es una historia que cuentan las rosas. De la rosa que quería viajar…
Los días pasaron. La rosa que quería viajar crecía. No mucho. Seguía más chica que la mayoría. Pero nadie tenía sus colores, su forma delicada, su aroma… Y nadie quería lo que quería ella: ¡viajar!
La rosa que quería viajar, esperaba. Esperaba cada día que la llevarán. Pero los días pasaban y nadie se la llevaba. La gente se detenía frente a ella. Y cada vez la rosa se llenaba de emoción. Ella les decía en silencio a los novios, a los esposos, a los amantes:
‑ ¡Llévenme! ¡Llévenme!
Pero los hombres no entienden, no oyen la voz de las rosas.
La rosa que quería viajar se desesperaba. Pasaban los días y nadie se la llevaba a viajar. Algunas rosas le decían para aliviar su tristeza:
‑ No te pongas triste, chiquita. Si nadie te lleva, vivirás más. ¿Para qué quieres que te corten?
‑ ¡No me importa! ¡Quiero viajar! Contestaba la rosa, obstinada. Pero en el fondo de su corazón, se hundía cada día más en la tristeza. Las otras tenían razón. ¿Cómo iba a viajar?
Es una historia que cuentan las rosas. La historia de la rosa que quería…
Un día, al atardecer, cuando las flores empiezan a cerrarse, cuando los pájaros se preparan a dormir, y los viveros van a cerrar, un hombre se acercó al jardinero de bigotes.
‑ Buenas tardes, quisiera una rosa.
‑ ¿Una sola? ¿Para regalar? Tengo muchas. Se las enseño.
El hombre no era del lugar. Hablaba con algo de acento. El jardinero le enseñó muchas rosas: perfumadas, rojas, elegantes. El hombre siempre les encontraba un defecto: muy grandes, muy chicas… Llegaron al rosal de la rosa que quería viajar. Ella les oía hablar. La rosa sintió que era su última oportunidad. Este hombre, quizá, la iba a comprar, la llevaría a viajar… Se abrió, para seducir a este hombre desconocido, con acento extranjero, bailó para él como nunca había bailado una rosa par un hombre. La rosa murmuraba:
‑ ¡Llévame! ¡Llévame! A viajar. ¡Llévame!
‑ ¡Esta! ¡Está perfecta! Me la llevo.
Delicadamente, el jardinero cortó la rosa que quería viajar. La rosa sintió un dolor tremendo, y fugaz. Estaba libre. Iba a conocer otros lugares, en los pocos días que le quedaban antes de resecarse, y morir.
El jardinero estaba triste. Se había encariñado con la rosa. Cuando acabó de prepararla, le dio un beso, y le dijo:
‑ Adiós, chiquita. Que te vaya bien.
El hombre era diplomático. Había terminado su estancia en el país, y quería un regalo especial para su esposa. Había buscado en vano una joya en forma de rosa, hasta que se le ocurriera una solución.
Llevó la rosa a un joyero. La prepararon. Cortaron el tallo a dos centímetros de los pétalos. La bañaron en plata, le agregaron un clip, y enseñaron el resultado al hombre.
‑ ¡Perfecto! Justo lo que quería. Dígame una cosa. ¿Va durar?
‑ Toda la vida, Señor. Contestó el joyero. El baño de plata va proteger la rosa unos siglos. No se va resecar nunca. Le dimos casi vida eterna.
El hombre regaló la rosa a su esposa. De inmediato fue su joya preferida. Viajaron por todo el mundo, llevando la rosa siempre, con ellos.
Es una historia que cuentan las rosas. La historia de la rosa que quería viajar.

© Brian Martin-Onraët y Equinoxio
Una historia muy emotiva.
El viaje, la eternidad y la rosa, atrevida en sus deseos más sublimes.
Maravilloso.
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Gracias Scarlet. Cómo siempre las imágenes quedan muy bien… 🌹
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