
La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido.
JLB
NADIE – TODOS/AS
Avanzas por esta isla y las venas se te van llenando del canto de los pájaros. De los silbidos de las ramas más flexibles, cuando las tocas a tu paso. De la arena que cruje bajo tus plantas. Nadie.
Y está uno próximo a abandonarla, a volverse a la orilla y al océano, cuando repara en el rincón que esconden unas palmeras densas, con sus palmas inclinadas hacia un centro resplandeciente.
Esta era la isla donde todos los autores y autoras se libraban de la carga de sus libros de otros, porque sabían que contaban con toda una eternidad para seguir escribiendo los propios ya de nadie. Allí estaban, con sus dorados ennegrecidos en los lomos, los Verne de Beckett, tal y como los dejó cuando ingresó en Las Islas. Por allí pululaba, con hojas macilentas y otras lozanas, toda la serie detectivesca de Chesterton, dejada como prenda por Borges. Un ejemplar anotado de El corsario de Byron, con marcas de pequeños poemas, y otros poemas dentro de la barriga de estos poemas, que había registrado el pulso febril de su propietaria, Jane Austen. Un Moby Dick, con alguna página ligeramente chamuscada, de Ray Bradbury. Un tomito gastado de cuentos de Poe que habían sido de Carver y misteriosamente acabaron siendo de Cortázar y otro tomito casi exhausto de cuentos de Chéjov que eran de Cortázar y por el mismo misterio acabaron siendo de Carver –los dos con leves quemaduras de cigarrillo–. Hay dos volúmenes, muy serios, alzados en sus lomos y en sus cubiertas, de Hawthorne y de Thoreau, cada uno de ellos con un poema menudo y profundo de E. Dickinson garabateado en las páginas en blanco –ya en amarillo– que preceden tan trascendentales palabras.Y en el corazón mismo de ese oasis, sueltos de todo lomo, en un remolino grumoso, que se va elevando sobre la isla, hay unos poemas de Verlaine que leyó Rimbaud y hay unas prosas de Rimbaud que nunca, jamás, dejó de leer Verlaine.
