SERIE LAS ISLAS/ Archipiélago, 36: Isla de Cervantes (sin don Quijote, I)

Las necedades del rico por sentencias pasan en el mundo.

SANCHO – MIGUEL DE CERVANTES

—Mire vuesa merced…

—No, Sancho, déjate de vuesamercedismos, que si estoy de prestado en esta isla del bardo inglés es porque los dos, tu señor y tú, con vuestra tanta presencia habéis atraído a la policía toda de estas ínsulas y ahora no tengo otra morada que la de la caridad ajena.

—No quisiera yo, mi señor don Miguel, que se hallase vuesa merced en otra ínsula que no fuera la suya, que ya fue tristeza tamaña que a mí no me la diese ni en la novela, que no seré yo tan malandrín o tan bellaco que no me la merezca ni en un libro.

—Sancho amigo, enojado sígote viendo con la cuestión esa de la ínsula, y has de saber que no fue por enajenación mía que tú no dieras con tus huesos en ella. A tu señor don Quijote tienes que ir con esa breva…

—A lo que me parece, señor De Cervantes, nosotros no somos sino sus personajes, creaturas suyas, ¡hasta ese razonamiento llego yo sin mi pollino!

—¡Cosas veredes, Sancho! Como si no fueran vuesas mercedes, Quijote y Sancho, Sancho y Quijote, entes más verdaderos que yo mesmo. ¡Que ni siquiera tengo una santa ínsula entre todas las de estos escribientes! Y vuestros nombres figuran acá y allá entre los libros dellos. ¡Y que yo tenga que mendigar mi morada entre esta del bardo egregio o la del Dante¹!

—Cálmese vuesa merced, o la mía, que es lástima que yo no tenga más que alforjas con queso y con pan duro que ofrecerle, que si en ello tuviera yo mano le daría a mi señor don Cervantes la ínsula que merece.

—Calla, Sancho, déjate de ínsulas y de manos de más o de menos, que bien sabes que por aquí no sobran… Y mejor fuera que te apartes un rato con tu jumento, que esos que ahí llegan no son sino los alguaciles.