Días de locura— By Servando Clemens


No sabemos qué día es ni mucho menos la hora. Nos acostamos a las cuatro de la mañana y nos levantamos a las doce del mediodía. Pasamos la pandemia encerrados. Solo salimos a comprar comida. Estamos hartos de ver Peppa Pig. No podemos ir a trabajar. Pronto faltará el dinero. Los ahorros no durarán mucho y las cuentas se tienen que pagar. La llave se cerrará. No sabemos qué hacer. En ocasiones echamos un ojo por la ventana para ver quién tiene la osadía de andar en la calle. Estamos dementes: nos peleamos por comprar pastillas para los piojos porque alguien dijo que eso mataba el bicho.
Un carro de sonido del municipio transita por las calles anunciado el riesgo de contagio. Esa voz grave reprende a las personas como si fueran unos niños desobedientes. ¿Acaso quieres que te intuben? Ya no hay camillas en los hospitales. Sobre aviso no hay engaño. ¡NO SALGAS! ¡QUÉDATE EN CASA!
Algunos nos asustamos. Otros más creemos que es puro cuento.
Dicen por ahí que en las clínicas están matando a los pacientes. Comentan que Bill Gates quiere reducir la población. No es cierto, vociferan los conspiranoicos, la pandemia es un invento de la elite.
¿Y para cuando la vacuna?
Los emprendedores compran un montón de botellas de gel desinfectante y paquetes de cubrebocas. Hay que hacer negocios a como dé lugar. Lucrar con la enfermedad y el miedo colectivo.
Nos arden los ojos de tanto ver las pantallas y nos duele la cabeza de tanto escuchar las noticias.
La ley seca enloquece a los borrachos.
Parece que estamos viviendo en un mundo apocalíptico. Ayer unos hombres de blanco sacaron a un señor de su casa y lo subieron a una ambulancia. Quesque trajo el Coronavirus de los Estados Unidos. Trabajadores de salubridad fumigan la casa y ponen una cinta amarilla. Nadie se atreve a pasar por ahí. Los ciudadanos se enfurecen con aquellos que viajan para regresar a sus hogares. Que se queden allá, ¿para qué vienen?
Oigan, no se preocupen, el virus muere con el calor. Así que ya estamos salvados. Durante el verano rebasamos los 40 grados. Queremos creerle, queremos aferrarnos a cualquier salvavidas, aunque sea un simple chisme.
Hace unas semanas se anunció que la pandemia había llegado al país y que las consecuencias serían catastróficas. Es obligatorio cerrar negocios y escuelas, únicamente quedan abiertos los establecimientos que venden comida y las farmacias. Los Oxxos cierran a las seis de la tarde y lo único que queda abierto las 24 horas es la Farmacia Guadalajara. Nada de cerveza. Si no usas mascarilla la muchedumbre te tacha como irresponsable y si andas de vago te señalan con un enorme dedo índice, esos mismos que también andan de vagos.
Acaban de notificar en las redes sociales que la policía multará si van dos pasajeros o más en un vehículo, ¿cómo? ¿No es una tontería? Si esas personas habitan la misma casa. A las pocas horas detuvieron a una pareja que circulaba por la entrada del municipio: los oficiales les quitaron cinco mil pesos. ¿Y ese dinero a dónde fue a dar? Siempre el pinche gobierno.
Solo puede ir una persona al supermercado, nada de andar en bola. Un youtuber regional hace transmisiones en vivo y acusa a los que andan en la calle. ¿Y tú qué haces aquí? Estoy informando, se defiende el influencer.
Los estudiantes van a clases en línea y los Godínez trabajan a distancia, qué felicidad para ellos. Ya no nos queremos ver ni mucho menos besar y abrazar. Si acaso un saludo chocando los puños. Si estornudas o toses mejor aléjate de mí.
Por las mañanas vamos a la tienda a hacer las compras. Antes de entrar, tienes que traer bien puesta la mascarilla, no importa que sea un trapo todo agujerado. Después debes limpiarte los pies en un tapete seco que está más sucio que la suela de tus zapatos. Luego échate gel en las manos, aunque se trate de un gel más aguado que el agua.
Compra. Compra. Compra todo lo que puedas porque doña Petra avisa que ya se van a acabar los alimentos y la gasolina, eso sí, si te dan feria no te olvides de lavar el dinero… Me refiero a desinfectar las monedas y los billetes.
Pero ¿por qué cierran los Oxxos a las seis si de ese modo se aglomera más clientela? Ey, ¿ya supieron? Ya van a vender cheve. ¡Hurra! Ahora vemos una fila inmensa para comprar un 24 de cerveza a 800 pesos. La ley seca ya se mojó.
En la tele, en un programa de revista, dijeron que la enfermedad se lleva primero a los gorditos. Ahí vamos todos a correr, a caminar o a montar bicicleta y, los que tienen más dinero, a comprar aparatos de gimnasio para entrenar en casa. Lo que no hicimos en una vida lo queremos hacer en un par de meses.


—Parece que el niño está enfermo.
Tensión nerviosa.
—¿Será el…?
—Ay, no sé, pero vamos a llevarlo al pediatra.
Salimos en el carro, cuidando de que la policía no nos vea.  Agáchese para que no los cachen los polis. Eludimos calles principales como si fuéramos unos criminales. Vamos cuatro a la clínica.


—Cuidado… Una patrulla.
—Voy a dar vuelta por aquí.
—Dale, dale más rápido.
—Les dije que se agacharan.


En consulta, el médico revisa al niño y dice que no es lo que pensábamos. Todavía no sé cómo lo dedujo. Pagamos y salimos de la clínica sin despedirnos de nadie. A pesar de la prohibición damos una vuelta. Estamos hartos del encierro. Que pase lo que tenga que pasar… ya qué. Vemos que conductores que viajan solos y con los vidrios arriba usan su tapabocas e incluso caretas y guantes de látex. ¿Cómo para qué? En el cajero del banco hay una fila que le da vuelta a la cuadra; el dinero tiene que fluir. Un tipo marcha por la banqueta usando una máscara de luchador. Un vendedor ambulante sin protección alguna vende caretas de plástico para que el virus no llegue a tu rostro. Ahora, con este calorón, están de moda los pasamontañas tipo secuestrador. Pero supuestamente nada más sirven los cubrebocas, ¿no? Los borrachos que viven en la calle, el famoso escuadrón de la muerte, se pasan la botella de boca en boca y no se ven enfermos. Ni se bañan ni usan tapabocas y el alcohol que, supuestamente es para las manos, ellos lo usan para beber. Bueno, quizá así se mata el virus (risas nerviosas).
Volvemos a casa, a la rutina que deprime. Prendemos la tele, no queda de otra. En las noticias anuncian que la vacuna llegó. Por fin. Los que tienen visa se arrancan para el otro lado y los que no se aguantan. A esperar. Primero los mayores, dice el gobierno. Hubo sinvergüenzas que tuvieron el atrevimiento de vestirse de ancianos para poder vacunarse primero.
Fueron tantas locuras que ahora, al recordarlas, nos reímos a pesar de los que quedaron en el camino. Pareciera que fue hace mucho tiempo. Lo bueno es que esto ya pasó y volvemos al trabajo y a la escuela. A la vida normal. Sí, ya vacunados podemos vivir tranquilos.


Recibo una llamada.
—…se enfermó y tuvimos contacto con esa persona.
—Pues nos haremos la prueba.
—Bueno.


Nos hicimos la prueba: positivo. Dos semanas de encierro. Otra vez. Nos topamos con la incertidumbre. No faltaron los dolores de cabeza, las calenturas y los resfriados. Lo bueno es que no pasó a mayores.
En ocasiones actuamos de forma irracional ante este tipo de eventos. No me quiero imaginar el escenario si llega a ocurrir algo más grave. ¿Qué pasaría? No sé.
Sospecho que no estamos preparados.
Como que hace falta otra pandemia para agarrar otras vacaciones, dice el vecino entre risas.

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