El ciclo del desatar por Keren T. Biebeda

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El ciclo del desatar

Desaté la cordura cuando en mis manos, la pluma derramó una lágrima desde la oscuridad que se hallaba en mi interior por tanto tiempo guardada; tantos años y los recuerdos aún vigentes por la pérdida. Naturalmente tuve mis desvaríos, mis pesadumbres, mi profunda pena. Siempre afligida por no entender la barbarie que me había llenado de rabia y que había dejado que mi amor propio se ofuscara en lo más llano del barro. 

Por las noches me entregaba a los tembleques que, sin querer, sentía al oír su voz tras la línea. Tantos kilómetros nos separaban y aún sentía el temor de una palabra suya. ¿Qué es una palabra? 

A veces inspecciono el interior de lo que intentó decirme y encuentro la respuesta de manera súbita, sin embargo no sé como describir el desgarro de sus palabras. Era como una armadura sellada que se resistía a dejar salir lo que fuera, cualquier cosa, y que la pluma pudiera plasmar. 

Desaté el viento, subí altas montañas; el camino fue pesado, a veces angosto, pero sabía que había una llameante luz que se escondía en el interior de esa mujer que sin ser inalcanzable o o desapacible, sabía que una palabra lo era todo para ella. Así que comencé por no decirme lo terrible que era escucharle y sentirle tan cerca cuando ya todo había terminado. 

A veces me miraba en el espejo y sobrecogida me decía: “Qué hermosa eres”. “Qué curvas tan bonitas”. No hace falta mucho para encandilar el alma, sin embargo hace falta todo un torrente de malas intenciones para derribar todo lo bonito que hay en una. Así que seguí con la parafernalia que me había llevado para mirar mi reflejo con otros ojos: “Que curiosa que eres” “Lo estás haciendo muy bien, pero… puedes seguir mejorando, no te rindas”. “Que bonita sonrisa”. “Tu cara, aunque llena, tiene belleza”. “Tu carácter, aunque impulsivo, puede llevarte a nuevas cosas” 

La rabia se desató y me sentí tan mal por recordar la barbarie que había sufrido. No podía callar más el dolor y la frustración de una vida dura y de derrota; ansiaba la vida, pero no quería callar, quería gritar, quería llorar, quería reír y sentir tanto el gozo como el llanto. Ser yo misma en un mundo en el que, a veces, toca mostrar los dientes para, de puertas a dentro, llorar con los tuyos. Pero me habían silenciado tantas veces… había cometido siempre los mismos errores… está vez no me iban a callar, no me iban a inhabilitar, seguiría luchando y algunas veces estaría arriba y otras en lo más bajo. Fui injusta con los que me rodeaban, aquellos que, en silencio, formulaban preguntas; aquellos a los que, ni tanto ni tan poco, habían estado ahí para una conversación o para aconsejarme. La fiesta de la vida entre lágrimas y risas. Se puede tener todo, solo hay que elegir bien. 

Y ahí, alzando el puño, disuadida por el bien y el mal, fui yo. Con mis más y mis menos.

Blog de Keren Biebeda: Historias con «K».

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