SERIE LAS ISLAS/Archipiélago, 32: Isla Goethe by Félix Molina

el

Todo comienzo tiene su encanto

GOETHE – HÖLDERLIN

Están –como posando para un chiste literario, ellos dirían una charada– Goethe y Margarita. Comparten una mesa donde dos copitas de oporto relucen entre las magdalenas. Él con su levita amarilla y el chaleco a juego, y un clavel bermellón que destaca de alguna manera sus entradas canosas. Ella envuelta en una capa azulona con caperuza y un echarpe de gasa, hada de una suspicacia atractiva.

–Wolfi, cuándo va a llegar ese estúpido de Faust– dice esdrújula y voraz, eliminando adrede la última vocal–. Ardo en deseos de conocerlo.

Fuma un cigarrillo francés, totalmente extemporáneo, con una boquilla alargada que desemboca casi en el ojo de Goethe.

–Tenga cuidado con el fuego, señorita, el suyo y el ajeno. Yo le perdería cariño a ese Fausto. ¿No le interesa más enamorarse de un joven de nombre Werther? Todo un caballero. Con enorme gusto para la vestimenta…

–Ha vuelto con Charlotte. Es tonto.

Goethe casi la fulmina con sus ojos de sorpresa. Hace la seña al viento de pedir la nota, como para pagar (o es que quiere que alguien baje el volumen de eso de Bruckner que está sonando todo el tiempo de fondo). Aburrido, se levanta con el ademán de retirarse, pero lo inquieta en la esquina un tipo desgreñado. Margarita lo confunde (o quiere confundirlo) con Mefistófeles.

–Eh, Mefiiiiii, ¡¡¡aquí!!!

Más cercana a una cabaretera que a una heroína prerromántica, pavonea con el individuo que se aproxima. El hombre, a quien Goethe reconoce como el poeta Hölderlin, se cuelga embelesado de la vampiresa y le recita, con voz de entrega total:

Lo que amamos no es más que una sombra

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